Para entender su importancia, debemos saber cómo se forman los suelos y qué es lo que interviene en ese proceso (material parental, topografía, biota, clima y tiempo) y así tendremos materiales distintos, dependiendo del lugar en el que estemos. Y su caracterización (física, química y biológica) nos dará un diagnóstico, que será el punto de partida del plan estratégico de conservación de su fertilidad.
Realizar un análisis de suelo, es una práctica común para las agroexportadoras, aún más desde la exigencia de una certificación.
Sin embargo, como esos análisis no se interpretan a detalle, en la mayoría de los casos se torna poco relevante en la toma de decisiones en campo. No pasa de conocer su clasificación inicial y, en algunos casos, el cálculo de nutrientes, no siempre se toma en cuenta en una fórmula de fertilización.
Para el caso de la agricultura de producción nacional, este análisis de suelo llega a carecer de importancia, muchas veces por una falta de conocimiento de sus ventajas y beneficios.
Pero este análisis de suelo o caracterización de suelo, va más allá de la cuantificación de nutrientes y la clasificación inicial del terreno. Y es que para evaluar correctamente un suelo, debemos conocer su ubicación geográfica, que es de donde heredará sus características y propiedades, que nos harán entender con qué material estamos trabajando y permitirán que los profesionales de la agronomía puedan realizar un correcto trabajo diario.
Así, por ejemplo, conocer el suelo nos permitirá hacer un buen diseño del riego, que debiera tener en cuenta los movimientos del agua en el suelo para así encontrar, por ejemplo, los distanciamientos correctos sobre goteros o descargas correctas de los goteros.
Estos tipos de análisis tienen que formar parte de los criterios para poder tomar las decisiones diarias.
De los 32 grupos de suelos que establece la WRB (validación 2022), México tiene 26 grupos, de los cuales, al menos 12 grupos, son los que predominan en la agricultura. Esto muestra una gran diversidad de suelos en el país, con características diferentes distribuidas en sus tres cadenas montañosas (Sierra madre Oriental, Sierra madre Occidental y Eje Neovolcánico transversal).
Esta realidad nos obliga a conocer el suelo en donde vamos a trabajar para darle el manejo adecuado, acorde a sus características tanto físicas, químicas y biológicas.
Para entender su importancia debemos entender primero cómo se forman los suelos, donde intervienen el material parental, la topografía, la biota, el clima y el tiempo. Por lo tanto, tendremos materiales distintos, dependiendo de donde nos encontremos.
Así, por ejemplo, si estamos en el Eje Neovolcánico transversal, encontraremos materiales que vienen de rocas ígneas, mientras que si nos acercamos a centro norte, tendremos materiales provenientes de rocas sedimentarias, podrían ser calizas, etc.
La descomposición de las rocas otorga al suelo desde la composición química, el tamaño de las partículas (arena, arcilla, limo) hasta la agrupación de estas (estructura). Entonces, dependiendo de la ubicación geográfica, el sue- lo tendrá una caracterización distinta. Por lo tanto, el movimiento del agua en el suelo tendrá un comportamiento distinto y la disponibilidad de los nutrientes será también acorde a ello.
Del mismo modo, la microbiota del suelo favorece en la formación de los agregados y da estructura al suelo, ya que esta vive naturalmente en simbiosis con las arvenses o plantas silvestres, de quienes reciben sus exudados. Sin embargo, este equilibrio se romperá al extraer las plantas silvestres y hacer una nueva siembra con otros cultivos.
En este cambio morirán muchos de los microorganismos presentes en el suelo, lo que contribuirá al inicio de la pérdida de la fertilidad física del suelo. Por lo tanto, debemos recuperar su equilibrio con un manejo adecuado.
La caracterización (física, química y biológica) de un suelo nos dará un panorama, no sólo de diagnóstico, sino también será el punto de partida del plan estratégico de conservación de su fertilidad.
Desde el punto de vista agronómico, son distintas variables evaluadas en un análisis de suelo que nos dan información importante para las actividades en diferentes etapas del ciclo productivo: Preparación de terreno, aplicación de enmiendas (orgánicas, de corrección de bases), agrupación de turnos de riego, criterios para el diseño y láminas de riego, elección de los tipos fertilizantes, recuperación de la población de microorganismos benéficos, etc.
Dentro de la evaluación de la fertilidad física tenemos distintos parámetros que nos permiten conocer las propiedades del suelo: la clase textural que, según sus valores, afectará propiedades como la porosidad, la retentividad tanto de agua como de nutrientes; la conductividad hidráulica que nos acerca al movimiento del agua en el suelo que es importante, puesto que el agua es el vehículo en el que van los nutrientes (y cualquier producto de aplicación al suelo).
Tenemos también el porcentaje de materia orgánica, involucrado en la estructura del suelo, la cual facilita la exploración de raíces, ayuda a la retentividad de agua y nutrientes. Con este valor podremos estimar la cantidad de materia orgánica (de buena calidad) que podremos incorporar. Otro parámetro importante es la densidad aparente y, con ello, el riesgo de compactación. Entonces, la fertilidad física de un suelo es determinante en la nutrición del cultivo y a medida que podamos conservarla a través del tiempo, no solo obtendremos la productividad buscada, sino también una gestión sostenible del suelo.
Dentro de la evaluación de la fertilidad química del suelo se cuantifica la cantidad de nutrientes potencialmente disponibles y la proporción de bases que tenemos en nuestro suelo (CIC).
Hoy existen muchos estudios sobre la interpretación de nutrientes en suelo, entre ellos tenemos el método de
‘niveles de suficiencia de nutrientes disponibles’ SLAN (Sufficient level off available nutrients, por sus siglas en
inglés), en donde se sugiere mantener cierta concentración de nutrientes que aseguran su disponibilidad dentro de un rango estudiado y el sistema BCSR (Base-cation saturation ratio, por sus siglas en inglés) o Relación de Saturación de Cationes Básicos, que indica que los cationes del suelo se equilibran de acuerdo a las proporciones variables en la CIC.
Sin embargo, corregir un suelo no es una práctica que se ajusta solo a un cálculo matemático, sino que se deben tener en cuenta todos los factores que influyen en la disponibilidad de estos nutrientes.
Por ejemplo, se debe considerar que la afinidad de retención de un catión al suelo (por lo tanto su disponibilidad), depende no solo de la naturaleza del catión (valencia o su diámetro efectivo de hidratación), sino también del intercambiador o suelo, de su composición, del material del que está hecho, de la materia orgánica, del tipo de arcilla, etc. Entonces cada suelo, de cada localidad merece un estudio para ajustar las prácticas agrícolas a sus condiciones específicas.
Actualmente, es muy común encontrar dosis muy elevadas, como resultado de un cálculo matemático frío, sin tener en cuenta la salinidad, permeabilidad, conductividad hidráulica, disponibilidad de agua y calidad de esta. Es decir, sin tener en cuenta las condiciones que la localidad le heredó a ese suelo.
Si hiciésemos una búsqueda de ‘cálculos de enmiendas’ en Internet, encontraremos una tabla de Excel que
nos dirá: si tenemos ‘X’ de calcio o de potasio, deberemos tener ‘X’ de yeso.
Pero en ningún caso nos estaremos preguntando qué tipo de suelo tenemos, qué calidad de agua tenemos, cuál es
la conductividad eléctrica de ese suelo.
Entonces, el productor o inversionista agrícola dirá: ‘esto me ayuda’ porque me dice cuánto poner. Sin embargo, ese número no está basado en un criterio agronómico y se necesitará de un filtro que, en este caso, es el profesional de la agronomía, que será quien ayude en este análisis.
Algo que, antes de empezar cualquier proyecto agrícola, no se monitorea es la población de microorganismos, con el objetivo de saber cuál es el equilibrio de ese suelo con esos microorganismos”.
Algo que, antes de empezar cualquier proyecto agrícola, no se monitorea es la población de microorganismos, con
el objetivo de saber cuál es el equilibrio de ese suelo con esos microorganismos, antes de intervenir ese suelo con un nuevo cultivo y nuevos manejos agronómicos.
Además, nos servirá para plantear una estrategia de conservación o de recuperación de la microbiota del suelo. Ello, porque si quitamos esa microbiota natural, existe la posibilidad de tener una proliferación de hongos y otros patógenos.
Una mala enmienda, ya sea por dosis sobreestimada o por una incorrecta forma de aplicación, nos podrá ocasionar problemas de salinidad, encostramiento, compactación, deterioro estructural, desbalance nutricional, antagonismos, acidificación excesiva y reducción de la biodiversidad del suelo, entre otros.
La evaluación de la fertilidad del suelo y su correcto manejo nos debe llevar a evitar el uso degradativo del suelo, a realizar una gestión sostenible, orientada a conservar sus funciones, pero no solo con el objetivo de llegar a una buena producción agrícola sino a conservar las funciones del suelo como ecosistema.
Fuente: www.redagricola.com
18 de Noviembre de 2024